El tiempo hace que las personas cambien. Cambian de casa, de ciudad, de coche, de amigos, de alumnos, de maestros. La gente cambia y lo que es peor, olvida. Olvida qué le hizo estar donde está, olvida que un día se le tendió la mano, calló lo que tenía que hablar, habló para hacer callar, cada uno movido por su propio interés olvida quien es, donde está y porque está allí. Los que se fueron para hacer el bien, los que no quieren estar y también los que se fueron para hacer el mal. Pero los peores son los que movidos por su ego y por el deseo se quedan como los monos de Jigokudani "sin ver, sin oir, sin hablar", sin recordar. Estos maestros macacos, los llamo yo, siempre tienen una respuesta lógica para justificarse aunque carente de verdad, "no oyen, no ven, no hablan y no recuerdan", solo saben lo que otros les han dicho. Están ocultos entre los comentarios de vestuario, las bromas graciosas en el tatami, las reuniones en el café del hotel o el saludo mezquino del que está deseando partir. Así se van juntando los alumnos con los maestros macacos de Jigokudani, se juntan, se escuchan, se miran, hablan entre ellos, se limpian unos a otros y se reproducen aumentando la comunidad. Los turistas, mientras tanto, miran a los macacos sabiendo que un día escupirán en la mano que le dieron de comer. Si pueden vayan a Nagano en invierno para verlos.
+Info.: Jigokudani
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