Era un enredador, siempre estaba criticando, censurando, calumniando y a la hora de estudiar los Vedas siempre llegaba tarde a clase. Conoció a un maestro que enseñaba todo lo que sabía, a cada uno lo que debía saber y de acuerdo con su percepción de la vida, de su familia, del respeto a los demás o de la confianza depositada en el.
- No es una mala persona pero carece de originalidad y brillantez. Siempre repite lo mismo limitándose a contarnos lo que a su vez a el le han dicho. Es un mediocre, un infeliz del que no se puede aprender nada.
El maestro le hizo llegar un mensaje a su alumno, aceptó la invitación – un poco turbado por el contenido del mismo pues aquellos ya se habían encargado de modificar su contenido -.
- Siéntate a mi lado, le dijo el maestro, al mismo tiempo que el cizañero hacia una reverencia como si nada hubiera pasado.
Cuando estaban sentados, el maestro le dio una taza de té al invitado.
El alumno la probó despacio, una vez más con desconfianza y notó que tenía un sabor fétido, nauseabundo y tirándola al suelo, le increpó con desdén, diciéndole:
- Pero, ¿qué me has dado para beber?.
- Té, le dijo el mentor.
- Eso no es té. Yo he tomado té durante muchos años, y esto no es té, me estas engañando.
El maestro, con la tranquilidad de la experiencia, le dijo:
- Como se que no te gusta la manera que a mi me han dicho de preparar el té y te gusta lo genuino y original en lugar de las recetas tradicionales y repetidas, te había preparado un té especial, añadiéndole pimienta, orina y sal. Un té como el que yo tomo te hubiera resultado mediocre, ¿verdad?.
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